Tal vez ningún otro dinosaurio fue más efectivo a la hora de cazar como el voraz Deinonychus: un predador rápido y muy ágil, dotado de un verdadero arsenal de armas naturales que le hacían ser realmente un peligro

Son pocos los dinosaurios que hayan ostentado un nombre tan acertado como lo fue el del siniestro Deinonychus, cuya denominación significaba «Garra terrible». Este reptil estaba dotado de las garras más largas y potentes de toda la Era de los Dinosaurios: eran verdaderas dagas de 30 centímetros de largo, las cuales podían ser armas mortíferas para casi cualquier otra criatura que osara cruzársele en el camino. Un zarpazo bien dado por un Deinonychus podía destripar el abdomen de casi cualquier animal que haya existido.

El Deinonychus perteneció a la familia de los terópodos, la más temida durante el Jurásico y Cretácico, ya que ahí también estaban otros cazadores terribles como el Tiranosaurio o el Carnotauro. Pero a diferencia de otros terópodos que eran grandes y pesados, el Deinonychus fue un lagarto ágil y veloz, de contextura esbelta, patas robustas y que estaba hecho para correr… e incluso saltar sobre sus víctimas. Su anatomía estaba tan bien estructurada para cazar en plena carrera, que se cree que podía llegar a más de 40 km/h de velocidad (más que un campeón olímpico), e incluso usaba su cola como una especie de timón para no perder el equilibrio al dar curvas cerradas mientras iba a gran velocidad.

Hallazgos paleontológicos aseguran que el Deinonychus medía unos tres metros de alto y cuatro de largo, que era bípedo y que fue un excelente corredor. A diferencia de otros terópodos, sus brazos eran bastante largos y fuertes, tal vez para así poder utilizar con una enorme destreza las incisivas garras que tenía, las cuales usaba como si fueran verdaderos cuchillos.

El Deinonychus nació para cazar, pero no lo hacía solo: atacaba en grupos de unos cuatro y cinco individuos, así como lo hacen los chacales. Las pequeñas manadas de estos predadores asolaban a las hordas de lentos y pesados herbívoros, como el iguanodón e incluso a los gigantescos saurópodos. Las pandillas de Deinonychus no le temían a nada ni a nadie, y más bien eran los otros animales del Cretácico los que les temían a ellos.